El Brasil de Lula ante el desafío antidemocrático
Por Juan Manuel Severo Frers - Lic. en Relaciones Internacionales y Ciencia Política
Se temía que algo pudiese pasar. De hecho, las alarmas estaban encendidas desde hacía tiempo. Sin embargo, se pensó – con algo de razón – que, si algo iba a suceder, había altas probabilidades de que suceda el 1º de enero, cuando Luiz Inácio Lula da Silva asumiese como el nuevo presidente de Brasil. Lo que no se pensó es que, exactamente, una semana después una horda bolsonarista arremetería contra la sede del Congreso, la Presidencia (el Palacio de Planalto) y el Tribunal Supremo. Toda una señal de que la embestida era contra los 3 poderes del Estado, dejando a las claras su carácter antidemocrático.
Se temía que algo pudiese pasar. De hecho, las alarmas estaban encendidas desde hacía tiempo. Sin embargo, se pensó – con algo de razón – que, si algo iba a suceder, había altas probabilidades de que suceda el 1º de enero, cuando Luiz Inácio Lula da Silva asumiese como el nuevo presidente de Brasil. Lo que no se pensó es que, exactamente, una semana después una horda bolsonarista arremetería contra la sede del Congreso, la Presidencia (el Palacio de Planalto) y el Tribunal Supremo. Toda una señal de que la embestida era contra los 3 poderes del Estado, dejando a las claras su carácter antidemocrático.
Viernes 20 de enero 2023 | 10:31 Hs.
No obstante, también es cierto que, si bien existió el factor sorpresa en el asalto, era muy bien conocida la situación previa en la cual se encontraban quienes terminaron marchando y violentando los edificios públicos: hacía dos meses - desde que Bolsonaro había perdido las elecciones – que estaban acampando frente a los cuarteles del ejército, en un claro gesto de protesta por los resultados electorales, demostrando su rechazo a aceptar la victoria de Lula. Además, el mismo día anterior al asalto, muchos de estos grupos comenzaron a movilizarse hacia la capital. Por lo tanto, había razones para pensar que algo se estaba pergeñando.
Que no se haya prevenido puede explicarse por dos razones: en primer lugar, por la subestimación del fenómeno por parte de la clase dirigente. En segundo lugar, por una cierta complicidad del ejército y la policía militar que, aliados del bolsonarismo, no hicieron mucho para evitarlo, y en ciertos casos - según lo que están arrojando las pruebas -, colaboraron para que esta turba pudiese cumplir su cometido.
Por esta razón es que el Poder Judicial ya se ha puesto manos a la obra y ya hay más de 350 detenidos, además de que continúan las investigaciones para determinar quién ha estado detrás de esta intentona de golpe de Estado, alentada desde los comicios por Bolsonaro. Por su parte, Lula ha destituido a más de 80 militares del círculo presidencial, sospechados de haber actuado en connivencia con los golpistas.
Ahora bien, si a usted le parece familiar lo sucedido o encuentra alguna similitud con otro acontecimiento pasado, no está desacertado. La vandalización y profanación de las instituciones brasileras se parece a la llevada a cabo contra el Capitolio en Washington exactamente dos años atrás.
Y este no es un dato menor, ya que no es casualidad que esto sea así. Quienes desacralizaron las instituciones del Estado brasilero comparten las mismas ideas, valores y métodos de protesta que quienes lo hicieron en EE.UU.: son la ultraderecha que, en Brasil representada por Bolsonaro y en EE.UU. por Trump, no se siente cómoda con las reglas de juego democráticas cuando un resultado le es adverso.
Además, no escatiman en recurrir a la violencia para retener el poder perdido en las urnas y evitar que su contrincante, elegido por el pueblo, asuma o gobierne. Más aún cuando del otro lado está una opción política que definen como la heredera y continuadora de la cultura marxista-leninista. Esta ha sido la razón por la que fuimos testigos de dos hechos que en sus orígenes, formas y propósitos son muy similares.
Hay que tener en cuenta que, si bien estas demostraciones repudiables se dieron en Brasil y Estados Unidos, estamos frente a un movimiento/fenómeno que es tendencia global y que, por lo tanto, se encuentra en auge en varios rincones del planeta, sobre todo en el Viejo Continente.
Y para actuar frente a esta realidad, lo primero que hay que hacer es estudiarla y comprenderla. No intentaré aquí abordar la complejidad del fenómeno en su totalidad, pero lo que hay que tener en cuenta es que estos movimientos comienzan a tomar protagonismo o a tener el apoyo del pueblo cuando las condiciones democráticas y/o sociales, económicas y políticas de un país se ven deterioradas o desgastadas a través del tiempo, en gran parte por la incapacidad de la elite política tradicional de brindar soluciones a los problemas más básicos y elementales de su población. Es este el caldo de cultivo para que figuras como la de Bolsonaro o Trump, apelando a un discurso con una alta carga de emotividad y soluciones simplistas a problemas complejos, logra captar la atención de un electorado cansado de lo mismo de siempre.
Frente a ello, lo que justamente debe hacer cualquier opción política moderada es ofrecer una alternativa que atienda las necesidades y demandas más urgentes y postergadas de su población, y que mediante un proyecto serio aborde de raíz los problemas estructurales más acuciantes de su sociedad.
Y como ha quedado demostrado con el intento de golpe de Estado en Brasil y Estados Unidos, se hace necesario fortalecer las instituciones y poner en práctica una accountability societal (mecanismo de control de autoridades políticas y rendición de cuentas) que permitan desalentar eventos como los sucedidos.
Es en este contexto que se puede entender que un hombre como Lula (conocido por su lucha contra la pobreza) primero haya tenido que pensar en armar una coalición y plantear una agenda más vinculada a la defensa y el fortalecimiento de la democracia que a la erradicación de la pobreza y la desigualdad social. Así se explica el gran frente amplio que armó con fuerzas democráticas de todo el arco político - desde la izquierda hasta la derecha - para evitar que la aventura bolsonarista vuelva a repetirse.
Y vaya casualidad (o no), el primer desafío a su gobierno vino por este lado, por un ataque a la democracia. Y está claro que el hombre en quien se confió para restaurarla y fortalecerla, no podía iniciar su gobierno actuando con tibieza frente a quienes lo ponían a prueba.
Que no se haya prevenido puede explicarse por dos razones: en primer lugar, por la subestimación del fenómeno por parte de la clase dirigente. En segundo lugar, por una cierta complicidad del ejército y la policía militar que, aliados del bolsonarismo, no hicieron mucho para evitarlo, y en ciertos casos - según lo que están arrojando las pruebas -, colaboraron para que esta turba pudiese cumplir su cometido.
Por esta razón es que el Poder Judicial ya se ha puesto manos a la obra y ya hay más de 350 detenidos, además de que continúan las investigaciones para determinar quién ha estado detrás de esta intentona de golpe de Estado, alentada desde los comicios por Bolsonaro. Por su parte, Lula ha destituido a más de 80 militares del círculo presidencial, sospechados de haber actuado en connivencia con los golpistas.
Ahora bien, si a usted le parece familiar lo sucedido o encuentra alguna similitud con otro acontecimiento pasado, no está desacertado. La vandalización y profanación de las instituciones brasileras se parece a la llevada a cabo contra el Capitolio en Washington exactamente dos años atrás.
Y este no es un dato menor, ya que no es casualidad que esto sea así. Quienes desacralizaron las instituciones del Estado brasilero comparten las mismas ideas, valores y métodos de protesta que quienes lo hicieron en EE.UU.: son la ultraderecha que, en Brasil representada por Bolsonaro y en EE.UU. por Trump, no se siente cómoda con las reglas de juego democráticas cuando un resultado le es adverso.
Además, no escatiman en recurrir a la violencia para retener el poder perdido en las urnas y evitar que su contrincante, elegido por el pueblo, asuma o gobierne. Más aún cuando del otro lado está una opción política que definen como la heredera y continuadora de la cultura marxista-leninista. Esta ha sido la razón por la que fuimos testigos de dos hechos que en sus orígenes, formas y propósitos son muy similares.
Hay que tener en cuenta que, si bien estas demostraciones repudiables se dieron en Brasil y Estados Unidos, estamos frente a un movimiento/fenómeno que es tendencia global y que, por lo tanto, se encuentra en auge en varios rincones del planeta, sobre todo en el Viejo Continente.
Y para actuar frente a esta realidad, lo primero que hay que hacer es estudiarla y comprenderla. No intentaré aquí abordar la complejidad del fenómeno en su totalidad, pero lo que hay que tener en cuenta es que estos movimientos comienzan a tomar protagonismo o a tener el apoyo del pueblo cuando las condiciones democráticas y/o sociales, económicas y políticas de un país se ven deterioradas o desgastadas a través del tiempo, en gran parte por la incapacidad de la elite política tradicional de brindar soluciones a los problemas más básicos y elementales de su población. Es este el caldo de cultivo para que figuras como la de Bolsonaro o Trump, apelando a un discurso con una alta carga de emotividad y soluciones simplistas a problemas complejos, logra captar la atención de un electorado cansado de lo mismo de siempre.
Frente a ello, lo que justamente debe hacer cualquier opción política moderada es ofrecer una alternativa que atienda las necesidades y demandas más urgentes y postergadas de su población, y que mediante un proyecto serio aborde de raíz los problemas estructurales más acuciantes de su sociedad.
Y como ha quedado demostrado con el intento de golpe de Estado en Brasil y Estados Unidos, se hace necesario fortalecer las instituciones y poner en práctica una accountability societal (mecanismo de control de autoridades políticas y rendición de cuentas) que permitan desalentar eventos como los sucedidos.
Es en este contexto que se puede entender que un hombre como Lula (conocido por su lucha contra la pobreza) primero haya tenido que pensar en armar una coalición y plantear una agenda más vinculada a la defensa y el fortalecimiento de la democracia que a la erradicación de la pobreza y la desigualdad social. Así se explica el gran frente amplio que armó con fuerzas democráticas de todo el arco político - desde la izquierda hasta la derecha - para evitar que la aventura bolsonarista vuelva a repetirse.
Y vaya casualidad (o no), el primer desafío a su gobierno vino por este lado, por un ataque a la democracia. Y está claro que el hombre en quien se confió para restaurarla y fortalecerla, no podía iniciar su gobierno actuando con tibieza frente a quienes lo ponían a prueba.
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